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"Educar... hermosa palabra que algunos utilizan para instruir al rebaño y que pocos utilizan para inspirar"


4/3/08

Los pechos de Teresa (Tributo a Narciso y Golmundo, Herman Hesse, 1930)

Y estando ella sentada cual niña escurridiza sobre sus rodillas, dejóse arrancar de un manotón el camisón azul. Sus pechos, como dos denarios relucientes, brillaron entre la espesa oscuridad del cuarto, tostados y apetecibles a los ojos de Renato. ¿Era posible condenar el alma ante semejante aberración?, ¿era posible castigarse, y de entre todas las formas posibles, escoger esa, tan pasmosa y cruel a la vez?, ¿nunca hubo tiempo acaso, para detener sus propias miradas inquiridoras? Renato sentía que el descontrolado apetito por su propia descendencia era contranatural, aún así, los pechos cafés de Teresa lo contemplaban estáticos en ese negro cuarto, invitándolo a una provocativa tertulia nocturna. Teresa yacía inmóvil sobre su regazo, mas no indiferente, pues la novicia, al igual que él, sentía deseos de holocausto erótico. Y fue entonces cuando Renato, haciendo callar antes a Dios Padre, se inclinó aceptando dicha invitación sobre uno de los pechos de Teresa, pechos no formados aún, simples bosquejos. La boca de Renato posóse sobre uno de ellos sin despegarse como lengua sobre hielo y con una de sus manos sostenía el firme pecho mientras lo besaba y la otra, tan demente como la primera, la sostenía a ella de sus anchas caderas, rozando con poca frecuencia al comienzo y sin pudor, el fin de su vientre. Largo rato contempló su cuerpo inerte sobre las sábanas cuando ya Renato hubo quitado el camisón por completo y todo lo demás a Teresa. Tal era la belleza de sus pechos que hubiese deseado arrancárselos de un sablazo esa noche y disecarlos. Caídos y al mismo tiempo altivos permanecieron en continuo diálogo Renato y los pechos de Teresa. En asidua disputa intentaban hacer predominar el propio monólogo. Renato pegado a ellos, los correteaba con besos y los asfixiaba con un luminoso hablar, enrojeciéndolos. Y ambos pechos planeaban cómo embobar a Renato fingiendo estar heridos y desangrados, pero dispuestos a la batalla de ese holocausto, a la resistencia, como si su vigor fuese renovable pese al cansancio. La mozuela permanecía callada y sin musitar, y en los interludios para animarlo, se dedicaba a verle parado de cabeza completamente extasiado.

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