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"Educar... hermosa palabra que algunos utilizan para instruir al rebaño y que pocos utilizan para inspirar"


10/12/07

Mi caricatura


Dos de la tarde y se encontraba completamente sola. Tres de la tarde, aún sola. Cuatro y un cuarto sin mayores problemas, salvo una quejumbrosa llamada, una limosna arrojada a sus pies y tres lágrimas que sequé con mi propia mano. ¿Qué sucede solitaria? Nada ¿Qué ocurre chica de labios carnosos? Nada, disfruto de la vida siendo huérfana. ¿Todos ellos aún creen en Dioses? ¿Aún se rigen por Leyes? ¿Aún no arrojan a sus padres por aquel barranco?

Mi pobre caricatura despavorida huyó por las calles del barrio consumido por las hordas tribales. Quemó demasiados cigarrillos como para dejar de jadear mientras corría, escabulléndose entre las avenidas. Según ella, era una verdadera lástima correr para no perder sus zapatillas baratas o su teléfono usado a manos de cientos de hombres pintarrajeados. Corrió y corrió quizás no por miedo a perder en dos segundos la ropa, sino por lo que en ese momento le reveló su propio Apocalipsis.

Bocinas y escupitajos en la acera, su antiguo barrio, sus amargos recuerdos, las casas pequeñas, entretención de baja categoría. Huyó de sus revelaciones, de la mediocridad de bajos sueldos, de la infelicidad, infelicidad no por reducidas oportunidades, sino por faltas de respeto a sí mismos. El machismo anticuado la espantó, mujeres con criaturas colgando, hombres en cada esquina, botillerías atestadas, luces navideñas falsas, reuniones vecinales para aniquilar los pensamientos que carcomen el alma y condenan la desidia, casas desmoronándose, dibujos indescifrables en los muros, proyectos de vida secos antes de nacer, voluntades descosidas, mujeres cocinando, hombres bebiendo, gentío con bolsas sobrepasadas, ambiciones arrugadas, manos dañadas por el desuso, pandemias de decadencia, brazos deformes, locuras cuerdas, niños cochinillos, espíritus sin recorrer, soberbia amortajada, cesantía, mala fe, desocupación, crepúsculo depresivo, animales de zoológico, orgullos trizados intencionalmente.

Mi caricatura huyó por las calles del barrio temerosa de un mundo fuera del pupitre y apenas me di cuenta corrí presuroso tras ella por toda la ciudad. Mi caricatura jadeaba quitando sus lágrimas sintiéndose sucia y harapienta. Corría evitando tocar a los otros, susurrando imperceptiblemente cuánto deseaba observar, crear y dar vida, cuánto les temía a todos ellos. Corrió tan deprisa que ni siquiera pude invitarle otro cigarrillo suelto, vencido, amargo y light que comprábamos donde siempre.

Se detuvo de pronto cabizbaja bajo un semáforo y me senté a su lado, la besé cerca de la boca, escribí algo para ella improvisadamente, la miré fijando mi vista en sus labios y le canté:

Oh solitaria de piernas
entumecidas bajo el farol:
Abre aún más los ojos de
tu pecho ante tan patético
horror, la dulce modorra del
sin-sentido, del absurdo.

Cenas aguadas, música marchita, siestas, psiquiatras, hambre de todo saciada a los veinte, frío, sádicos, Casa de Muñecas de Ibsen, nada mejor, vidrios rotos, ¡Ambición estrangulada! ¡Ambición estrangulada! ¡Ambición estrangulada!

La perseguí empapado en sudor una inusual tarde de diciembre, vociferando palabras de sosiego y tranquilidad a lo lejos, mientras ella se veía a sí misma hedionda y empolvada. Grité por toda la ciudad hasta que pálida y canija la encontré destruyendo todo a su paso, encontrándose cara a cara con lo que evitaba tocar, con rostros deformes y alientos leprosos. Corrió a su refugio, corrió, corrió, corrió y corrió hasta su casa, hasta tu casa, hasta el teléfono, hasta tu casa, hasta el teléfono, hasta tu cara, hasta tu cama. En ella recostada y algo más tranquila, la abracé acariciando su espalda y besándole el cuello. Su jadeo poco a poco disminuyó y ninguno de los dos mencionó una sola palabra sobre lo ocurrido. No supe exactamente cuando quedose dormida. Cerré mis ojos y suspiré por haber al fin llegado a nuestro destino, a inmiscuirme en nuestras creaciones, en nuestros retratos, en nuestros cojines, en nuestra música.