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"Educar... hermosa palabra que algunos utilizan para instruir al rebaño y que pocos utilizan para inspirar"


14/9/07

El hombrecito de bata blanca

En aquella entrevista con el cirujano había quedado todo resuelto. El pequeñito hombre de bata blanca parecía honesto, de cejas extremadamente marcadas. Me inspiraba confianza a pesar de haber oído comentarios que no avalaban en lo absoluto mi impresión. Ese día había quedado estipulada la fecha para mi asistencia al quirófano. Debían extraer una de tantas muelas que punzaban mi mandíbula.

El miedo al quirófano era algo natural. Imaginaba que sería doloroso, un malestar prolongado más una leve gota de muerte. Siempre cabía la posibilidad. Sin embargo, esta no era la ocasión, siendo una operación sencilla, de corta duración y solo un diente rebelde.

Una serie de inconvenientes me obligó antes a posponer por demasiado la cirugía. Mi madre lo recordaba cada vez que tenía oportunidad. Sermoneaba sobre mi salud y el poco cuidado que mantenía con mi cuerpo. En realidad jamás le presté atención.

La extracción de una muela era irrelevante frente a todas mis planificaciones. Aprendía de la colectividad, más bien, la estudiaba. Puertas a dentro me dedicaba por completo a disfrutar de besos y exquisiteces. Mi vida era demasiado intensa como para prestar atención a lo innecesario, a lo que no me apasionaba. Mi madre a pesar de todo insistía rotundamente sobre mi asistencia al quirófano, pero mis pensamientos se hallaban en otros lugares, en obras de teatro, libros poco explícitos, reflexiones, la bohemia, mis cigarrillos y tú.

Todo parecía tranquilo y apacible. Es necesario de vez en cuando disfrutar del orden logrado, de los procesos que nos conducen a nosotros mismos y cosa que naturalmente mi madre no comprendía. Tenía demasiadas cosas por hacer y el clásico tufo a guantes de látex, artefactos metálicos y el aroma a vejez de la secretaria demente senil tras el escritorio, me provocaba un terrible dolor de cabeza cada vez que asistía a la consulta. Mi estómago se contraía cada vez que la camilla bajaba su respaldo mientras el doctor sonriendo con tenedor y cuchillo en mano decía - Abre –

Definitivamente el dentista no era lo mío. Además no tenía grandes afecciones a mi parecer, solo una dentadura limpia, normal y casi perfecta con excepción de los pequeños monstruos blancos que me invadían, mis muelas. Incluso el nombre llega a ser paradójico y gracioso al mismo tiempo. Las “muelas del juicio” serían algún día los jueces que decidirán nuestros destinos, que estupidez. Me pregunto quién les habrá dado ese nombre.

Estaba pendiente de otros fenómenos restándole atención a lo que me rodeaba. Todo iba de maravilla, el mundo giraba conmigo, la adolescencia era lo mejor, lo que jamás regresa. No deseaba ser un amargado hombrecillo de bigotes, arrítmico y víctima del descontrol como muchos, presas de su trabajo.

Es divertida la forma en que puedes acostumbrarte al dolor y las lágrimas. Existe lo que algunos llaman la barrera del dolor y yo ya había alcanzado la frontera de la mía tiempo atrás, pero es algo de lo que en esta ocasión prefiero no hablar. Por otra parte tenía demasiadas expectativas sobre el futuro. Había deseado ingresar a la Universidad de Chile postulando a medicina, aunque deseaba ser todo, excepto cirujano, carnicero. Mis calificaciones eran prometedoras. Mi familia entera contaba ya de ante mano con un médico de cabecera. Por lo menos a mí me parecía divertida la escena de mi familia soñando como si viviesen mi propia vida. En algunos lugares, las familias colocan todas sus esperanzas en sus propios hijos. Una extraña mezcla entre lo que desearon alguna vez ser y el orgullo por la propia descendencia superior. No obstante, era indiferente ante aquella conclusión.

Llegó al fin el día de la cirugía. Todo el proceso me provocaba una feroz indiferencia comparado con la mínima expectación de estar ahí, en la sala de espera. Ya en la sala de cirugía, me disponía a ser descuartizado. Sentí por alguna extraña razón miedo por la interrupción de lo espontáneo, mi propia espontaneidad. Colocaron un cobertor blanco sobre mis ropas mientras la luz insípida se erigía sobre mi cabeza. El médico colocóse los guantes a medida que reía mientras algo le susurraba a su ayudante. Todo el proceso me provocaba un terrible escozor en los labios.

Ya directamente en la cirugía, la anestesia había provocado una tenue sequedad en mi boca al tiempo en que una extraña manguera succionaba mi saliva. La anestesia me provocó luego cierto sopor, pero aún me mantenía conciente. Sentí el bisturí clavado en mi encía para luego presenciar la extracción de un antiguo pasajero a manos del carnicero. Con una especie de pinza extrajo mi diente gritando – ¡Muy bien, ya está! ¡Te ganaste una golosina! –

Ya limpiando la escena del crimen la sangre no se detenía, pero en teoría era algo natural y fácil de solucionar. El doctor colocaba compresas para detener la hemorragia intentando coser con delicadeza el corte que luego le desfiguró el rostro gradualmente. La sangre no se detenía y parecía el doctor haber clavado su punzón justo en el lugar más sensible, capaz de desangrar rápidamente a cualquiera.

La sangre corría y corría por mi garganta ensuciando completamente el trabajo. Recordé a mi madre insistiendo por la operación. Me preguntaba qué diría luego por aquel incidente. Probablemente insultaría al médico por su negligencia con ese tono mandamás para luego llevarme a tomar helado a Bravissimo. Supuse que despertaría, que todo estaría bien. Pensaba en cuanto odiaba pensar en los cirujanos, en la muela del Gran Juicio, mi Gran Juicio. Pensaba en mis sueños, en el sueño que tendría ahora antes de despertar en la camilla. ¡Cómo algo tan pequeño podía arrebatarme la sangre de esa forma! En realidad sabía que todo estaría bien solo por beber mi propia sangre en la consulta, lo que seguramente devolvería a mi cuerpo los fluidos. Poco a poco comencé a dormir, poco a poco dejé de sentir las manos, a olvidar la postulación a medicina. Dejé de sentir el charco de sangre corriendo por mi garganta, descendiendo hasta mi esófago.