Bienvenidos

"Educar... hermosa palabra que algunos utilizan para instruir al rebaño y que pocos utilizan para inspirar"


18/8/07

Láquesis

La jaqueca me ha despojado de los brazos de Morfeo. La mucosidad verde invadió mis huesos y debo aceptar, cabizbajo, que mi personaje se vio amenazado en el ascensor. ¿Nunca has sido la sombra de alguien? ¿Nunca has sonreído mostrando los dientes dispuestos a desgarrar?

Hoy me topé con Láquesis, una de las tres Moiras. Sus promesas cautivaron a los necesitados. Con sus manos prometía dirigir el futuro, componer la sonata del alivio andrógino y saciar el hambre. Me uní a los necesitados solo para contemplar la belleza de la pequeña Luz, desde el silencio y la sutileza.

Intenté ser bufón, romántico e indiferente, logrando solo hacerla resucitar breves minutos. Me aterró su intermitente caminar. Ya junto a Láquesis intenté mantenerme espectador. Dirigió su mirada fisgona interrogando a los necesitados, sin sospechar que yo no era uno de aquellos buscando pan para comer. Robó uno de mis secretos profanando el altar. Aquello, significó la guerra ¿Contento? La luz ensordecedora me abrazaba de forma agraz y dulce a la vez, amándome para luego arrebatarme su intensidad.

Ya en el escondite, Láquesis se nos confesó e intentó robar más de nuestros secretos. Sus ojos escondían demasiado y sus historias me parecieron simuladas. Sus trofeos eran ilusorios.

La ayuda jamás vino. El viaje en ayuno, irrelevante para mi fortaleza y el amor que profeso a los hombres y mujeres de este mundo, dejaban mis labios cubiertos de moscas. Me alejé de la Luz ¿O ella de mí?

Láquesis felicitó a la Luz por la hermosura de mis helénicas facciones. Hubiese deseado que aquellas palabras fueran solo mías. ¡Me honra la Luz en mis ojos!

Te contaré un secreto guerrero. El secreto de la belleza radica en los secretos de la Belleza. Belleza con la que dancé hasta la madrugada. Hermosa, extraña.

Desde el absoluto comienzo la Belleza había robado algunas de mis colosales espadas. Honestamente, se las había regalado en mi jardín, en mi cama, entre la música, en el carnaval de verano. Odié a la Belleza por un instante, el orgullo herido, mi propio reflejo y no el suyo ubicado en el espejo frente a mí al acercarme.

Al continuar nuestro viaje me despedí cínicamente de Láquesis, sus hilos y el ego que los acompañaba. Su inútil ayuda a los necesitados me irritó. La Belleza lejos de mí y la jactancia de la vidente me irritaron. Tenía celos de Láquesis. Coqueteaba con mi Belleza amante. Su horrible rostro anhelaba algo, no sabía qué precisamente. Sus fétidos harapos provocaron repulsión haciéndome bajar la mano hasta la funda de mi espada en señal bélica. Debo admitir que la Belleza me ha dejado antes. Ella se había dirigido al norte, yo al oeste. Jamás la perdí de vista, hasta que decidí nuevamente hablarle, tentarla para escribir en mi alcoba y finalmente terminar en la cama.

Entre el humo y Terpsícore ya la Belleza me había rescatado antes de las manos de cazadores ingenuos, que confunden a la víctima con el victimario. Recuerdo que ya a salvo abracé a la Belleza, empujándola contra la pared para seguir danzando entre travestis y ladrones en el bus. Aquella noche durmió entre mis manos y la música erótica de la Reina bisexual.

Amé despertar al otro día y suplicarle que continuara quitándome la castidad, los secretos, mi cama. Odié verla lejos, recibiendo caricias de Láquesis, sintiéndola incómoda, vacilante, hambrienta. ¿Contento?