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"Educar... hermosa palabra que algunos utilizan para instruir al rebaño y que pocos utilizan para inspirar"


17/9/07

Neo y Sigmund Freud

Siempre me ha dado la impresión que los padres juegan a ser Dios con los hijos propios. Ese deseo tácito de manchar a un nuevo ser en la medida que sea idéntico a sí mismos. Probablemente esta es la primera vez que logro materializar tal idea a través de la escritura. Todos sus miedos, todas sus debilidades deben ser superadas en la propia descendencia consanguínea y hoy por poco no pude resistir la tentación de caer en la decadencia de aquel precepto.

Durante la tarde me topé con un niño temeroso en la entrada de una gran casona. Era víctima de lupus y algunas enfermedades óseas. Utilizaba un corsé para corregir su espalda, un pantalón de mezclilla y una camisa roja. Su voz parecía madura a pesar de sus cinco años. El dolor era parte de sus expresiones, de su completa cara. Por un momento recordé a Frida Khalo y le pregunté:

- ¿Te gusta pintar?
- Si - me respondió.
- Entonces te traeré lápices, pinceles, pintura y algo adecuado para trabajar la próxima vez que nos veamos – agregué.
- ¿Quién es Frida? – preguntó con algo de extrañeza al escuchar un nombre tan inusual.
- Una pintora mexicana muy famosa hace algún tiempo. Utilizaba, al igual que tú, un corsé, sin embargo, pintaba de maravilla, solo sobre ella, sus desamores, sus encantos y la columna rota que siempre llevaba consigo misma – dije algo entusiasta y dejándome llevar por la pasión levemente.
- Tráeme pinceles entonces.

Ya en el patio abrí mi cajetilla, saqué un cigarrillo y lo encendí. Algo llamó mi atención intensamente. El niño no traspasaba cierto límite entre el pasillo que conectaba la sala de estar con el patio céntrico de la antigua casona. Tenía miedo de cruzar la frontera y miraba mordiéndose un dedo la comida sobre la mesa. Me acerqué y pregunté:

- ¿Qué ocurre?
- No me gusta el patio. Desde pequeño no me agrada – Respondió sumamente agobiado.
- Acompáñame, ven – Dije con tono suave mientras le tomaba la mano.

Entramos a la sala de estar y le pedí que se recostara en un sillón. Que tontería, me sentí por unos instantes como Sigmund Freud. ¡Solo tenía diecisiete años, ni siquiera podía entrar a bailar a una discoteca! Freud…si claro.

- ¿Por qué no te gusta salir al patio? – pregunté con algo de curiosidad.
- Porque allá afuera se esconde un viejo asesino que nadie más puede ver.
- No hay nadie. No estaríamos allá afuera si hubiese algo que pudiese dañarnos. Además está tu madre y tu padre que por ahora son Dioses que te protegen - dije con algo de risa, sonriendo frente ante tan pueril, pero tierna fantasía.
- Es que está en otro país ahora.
- ¿Cómo puede dañarte entonces si está tan lejos?
- Porque viajará para entrar solo a esta casa.
- ¿Con qué dinero? – pregunte al final intentando organizar sus pensamientos.

El niño calló por unos segundos mirándome con gran desconcierto, pero parecía no comprenderme. El asesino del patio trasero era más poderoso que mis básicas preguntas, más poderoso que yo mismo. Imaginé qué sería de mis propios hijos, si tuviese en el futuro. Seguramente les enseñaría muchas cosas, todas las que no supe en momentos verdaderamente cruciales de mi infancia, de mi adolescencia. Intentaría hacerlos fuertes, parecidos a mí, pero retocados completamente, mil veces más fuertes que yo. Evitaría sus propios sufrimientos por amor. Es ahí donde me dije: “Oye, no tienen porque ser idénticos a ti. Deberán buscar las respuestas por sí mismos y fracasarán como muchas veces tú lo has hecho. Quizás sean muy opuestos a ti, pero ¿Será soportable el fracaso en nuestra figura de barro? ¿Es necesario proyectarnos a través de los hijos? ¿Es inevitable el fenómeno de sentir la carne de otro como nuestra e intentar tatuarla con nuestros sellos personales? ¿La sangre que se concibe una de tantas noches debe contentarnos y honrar a padre y madre? Es inevitable proyectarse en los hijos. Algunos padres imaginan que viven nuevamente, que vuelven a ser niños, que son adolescentes otra vez más. Si tan solo se tuviese la misma experiencia de los cincuenta a los diecisiete sería todo distinto ¿No?”

Cuando Dios intentó proyectarse a través de sus hijos, Adán y Eva, prohibiéndoles o permitiéndoles ciertas cosas, no predijo seguramente que la desobediencia es parte de lo que Él mismo llama pecado. Las prohibiciones siempre acaban mal y dentro de las opciones estaba el perdón que Él encabeza. Podría no haberlos expulsado del paraíso, por ejemplo. Muchos otros Dioses han dado vida proyectándose, anhelado poblar la tierra, impulsado por el mismo precepto del Dios Católico. “A su imagen y semejanza” fueron creados y a Dios se le llama Padre. En todas las mitologías, Ídolos intentaron crear a su antojo nuevas criaturas.

Eso me llevó a recordar a Odín, quien luego de la creación del mundo vio dos árboles a los cuales decidió dar vida y respiración. Creó al hombre y a la mujer, la estirpe de los humanos. Les dio alma y varias funciones más. El primer hombre, Ask, y la primera mujer, Embla, luego tuvieron vida y fueron libres, habían recibido el don del pensamiento y el del lenguaje, la capacidad de amar, la capacidad de la esperanza y la fuerza del trabajo, para que así gobernasen su mundo dando nacimiento a una raza nueva, sobre la cual los Dioses, estarían ejerciendo su amparo, su potestad permanente. Cuan infelices fueron sus troncos luego de perder la inercia, pero ya fuera de mis pensamientos el niño me confesó:

- No me gusta salir. Además tu familia no me agrada. No me gusta saludar a la gente.
- Somos dos - le dije - pero no tienes que saludar si no lo deseas. Recordando en ese momento que al llegar a la gran casona traía consigo unos lentes de sol y dos pistolas de juguete.
- ¿Has visto Matrix? – pregunté intentando subsanar su preocupación. Era tan solo un niño que produjo en mí una ternura que pocas veces me invade.
- No, ¿qué es eso?
- El protagonista es una clase de agente que porta lentes obscuros y dos armas como tú. Es tan rápido que puede incluso esquivar balas, atraparlas.
- Ah, pero tiene músculos seguramente. Por eso es tan rápido y jamás podré entonces ser así de rápido.
- Te equivocas – sentencié – Si tuviese demasiados músculos sería lento y pesado como Hulk. El agente es tan delgado como yo. Se llama Neo.
- Pero yo uso corsé y eso me hace lento – respondió con desilusión.
- Pero puedes ser tan rápido como Neo y pintar tan bien como Frida. Solo utiliza la imaginación, acrecienta tus habilidades. Tienes dos armas, unas gafas y el corsé que por ahora es parte de ti. Te traeré pinceles, hojas y lápices. ¿Por qué no puedes ser una mezcla de ambos?

El silencio fue rotundo y me dejó en la sala de estar completamente solo. Había fracasado mi estúpido intento de ser Freud por unos momentos. La psicología no era una de mis grandes habilidades. Ya en el patio vi que se acercó al límite que él mismo de forma tan ascética se había creado. Me miró y le guiñé un ojo susurrando a lo lejos un “ven”. Tardó cerca de media hora en salir al patio. Corrió temeroso a los brazos de su madre con las gafas puestas. Luego se acercó a mí, pero esta vez con una hoja, un lápiz verde y sus bolitas de chocolate. Me miró y preguntó:

- ¿Tienes barba? – tocándome la pera con su pequeño dedo índice y haciéndome mirar el cielo.
- Si y también tu tendrás algún día.
- ¿Bebes cerveza? – preguntó con gran impresión apenas bebí de la lata medio vacía.
- Si, también, pero basta de preguntas.

Me miró de una forma extraña y luego preguntó si podía sentarse a mi lado. Claro que si, respondí. Cuando ya había terminado el muchachito no estaba. Me acerqué para ver qué había dibujado. Al comienzo me produjeron una enorme gracia los trazos que vi en la hoja manchada y arrugada por su poco cuidado. En el dibujo vi a dos jóvenes, uno alto que portaba lentes de sol y una escopeta. El otro era más bajo pero también portaba lentes de sol, dos pistolas y un abrigo de cuero. Llevaba debajo del abrigo un corsé.

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