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"Educar... hermosa palabra que algunos utilizan para instruir al rebaño y que pocos utilizan para inspirar"


6/8/07

A Mishima y la sombra de Natsu

"Este arduo y fructífero trabajo va dedicado con especial y eterno agradecimiento a dos mujeres que son realmente inspiradoras para mí: La profesora Marlene Ángel, quien durante este corto período de tiempo me enseñó cómo inspirar a mis futuros alumnos en el proceso constante de aprendizaje-aprendizaje, siendo la humildad, la cercanía y las relaciones humanas pilares fundamentales de la educación. Al mismo tiempo agradezco a la profesora Natalia González, quien durante ya dos años me ha enseñado los detalles más sabrosos de la existencia, a cómo gobernar desde las sombras, a despertar mi pasión por la filosofía y el no olvidar que todo es una eterna celebración, celebración y baile. Ambas mujeres excepcionales y admirables por mis adolescentes ojos, más allá de la jaula de clases.
Agradezco especialmente a Patricio y Bryan, quienes son dos locos como yo, que comparten mi cosmovisión haciéndome crecer profundamente en cada conversación informal. Agradezco compartir junto a ustedes cada segundo de cuestionamientos y el enseñarme grandes detalles que muchas veces pasan desapercibidos. Me declaro aprendiz de todos ustedes."
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Profesora responsable: Marlene Ángel Bruna.
Equipo: Francisco Larrañaga Aguilera.
Patricio Reyes Villalón.
Bryan Seguel Gutiérrez.
Texto escogido: Confesiones de una Máscara, Yukio Mishima.
Número de palabras: 1769.
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A Mishima y la sombra de Natsu

“El excremento simboliza la tierra, y no cabe duda de que fue el malévolo amor de la madre tierra lo que me tentó. Tuve el presentimiento de que en este mundo se da un deseo de especie tal que es como un punzante dolor.”

Yukio Mishima, Confesiones de una Máscara.


Aunque no quieras creerlo, a nuestra llegada somos como carne fresca, inmaculada y pura, que con el paso del tiempo se viste de pestilentes trajes descompuestos.

Tu infancia, desde temprana edad, bajo el yugo y la presencia dominante de tu abuela fue tatuada de flagelos profundos en tu pecho tierno, cristalino y canijo de forma involuntaria. Tú, creación de la neuralgia crónica, rezaste todas las noches a los santos samuráis para que envolvieran con su fuerza tu enclenque caminar, dejaste que entraran en tu cuarto y danzaste con ellos en batalla: “Me habían entregado, por así decirlo, un menú completo de todos los problemas que tendría en la vida, cuando, por mi corta edad, todavía no podía leerlo” (1). Directrices tales predijeron tu existencia, el arte y la búsqueda constante de la armonía hecha acción, traducida al final, en tu muerte samurai.

Tradiciones... eso cenaste por doce años en su compañía. Admiraste a los nobles que te anteceden sin que viviese en ti su sangre, imágenes brillantes de un pasado glorioso en tu tierra. Creciste entre sillones imperiales rotos, y más que ser su dueño, se adueñaron de tu mirada rígida, de tu pálido color.

Antepasados que te arrebataron anónimamente el cuerpo después de dejar el vientre de tu verdadera madre, instruyéndote mediante su milenaria filosofía. Te hicieron un guerrero, así es, y sin que pudieras tomar pistas de lo ocurrido, comenzaste a sentir como Natsu, a pensar como Natsu, a ser Natsu. “El joven ha permanecido fijado a su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un lapso mayor del ordinario (...) luego llega el momento de cambiar a la madre por otro objeto sexual, y entonces (...) el joven no renuncia a la madre, sino que se identifica con ella, se transforma en ella” (2). “El proyecto deliberado de esta abuela omnipotente es transmitirle una filiación a su nieto, que redima de alguna forma la insuficiencia de la alianza que presidió la real filiación.” (3).

Y es ésta una de tus tantas confesiones que capturamos con redes de oyente: El actor eterno, maestro de máscaras que vivió como serpiente sensualmente de principio a fin entre la selva de la conflagración existencial.

“La vida de cada hombre, vista de lejos y desde arriba, en su conjunto y en sus rasgos más salientes, nos presenta siempre un espectáculo trágico; pero si se recorre en detalle, tiene el carácter de una comedia” (4).

Tú, que utilizaste el gran teatro universal para desbaratar engranajes, ajenos y propios, sin que nadie percibiese realmente tu propia y anhelada trascendencia encauzada, narraste, como en un peligroso combate, la delicadeza de tus pensamientos, la dulce virtud que ocultabas a cuanto mortal mirabas, la gracia sublime que te ha inmortalizado. (Estocadas sutiles de una rebelión fogosa que confunde las armas con las palabras, que desposan la tinta con tu propia sangre).

Las pretensiones destructoras de lo que amenazaba y vejaba a tus compañeros samuráis se tradujo durante la nebulosa de tu vida en acción pura, donde la atmósfera oculta el oxígeno, sólo para hacer desaparecer lo que ofendía una y otra vez el símbolo de lo sacro. “Pronto formamos nuestro círculo, con Kusano sentado en medio, cruzadas las piernas. Comía desaforadamente caramelos del tipo occidental, y cuando quiso llamar mi atención tuvo que hacerlo levantando los ojos en dirección al cielo de Tokio” (5).

Irrumpieron como sombras venidas de la lejanía, con ojos saltones y lenguas letales. Querían terminar con el Imperio, querían empobrecer la honra milenaria que te pertenecía. No te doliste sin causa alguna nacida de tu originalidad, sino que en los brazos incrustados de un discurso maternal poderosísimo.

Seguías oyendo en tu recuerdo los consejos de Natsu, memorizando lentamente su entonación y sus instrucciones. Detestaste la manera en que las filas se emancipaban del sentimiento nacional, y con asco soñaste despierto que todo seguiría aún peor: “El Japón es víctima de la serpiente verde, no nos libraremos de esa maldición” (6).

El humo de los pueblos arrasados por la despersonalización de la vida moderna, el avance inminente de las megaciudades y los soldados obscuros en tu tierra, madre tierra, fue la clave del encuentro contigo mismo y el inicio de la erupción mental de atavíos femeninos, tradiciones, rebeliones y cuestionamientos que borraron todo vestigio dogmático, confluyendo en la autodestrucción, en el arte de lo ambiguo.

Y porque sentías, porque eras todo emoción y piel fue que merodeaste entre balaceras ensangrentadas de identidad. Oíste rumores de paz, y como despavorido, palideciste al enfrentar premonitoriamente la normalidad que obligaba a tomar un escudo, la espada y la serie de personajes ideales para la gran obra teatral extenuante...

Nos atrae en demasía las debilidades ocultas, las verdaderas, pero más la idea de la sublevación contra ellas y el acrecentamiento de la fortaleza, mimetizándonos en el caos de la premisa bélica de la extinción o supervivencia del género humano, que reduce la existencia para algunos a preciadas arcas balsámicas y que para ti fue crucial en la búsqueda del yo, la germinación de tu catarsis.

Te das el lujo de mantenernos inquietos ante tanta conmoción, y es que has preparado la más grande de las fiestas. ¡Qué manera tan pretenciosa la tuya para planificar el deceso! ¡Qué intenciones tan satíricas con que has mirado a la masa! Pues, como estratega en marcha, ensalzaste lo que fue para Yamamoto el Hagakure: “He descubierto que la esencia del samurai es morir, que entre la vida y la muerte, debemos escoger siempre la segunda; que para ser un samurai perfecto es necesario prepararnos para la muerte. Iniciar cada amanecer meditando tranquilamente, pensando en el último momento e imaginando los diferentes modos de morir” (7).

El seppuku, como rito de autoinmolación, fue lo que inmortalizó tu muerte, lo que eternizó la imagen del samurai condicionado, más allá de cualquier límite, completamente libre. “Si te encuentras con Buda, mátalo; si te encuentras con tus padres, mátalos; si te encuentras con tu antepasado, mata a tu antepasado. ¡Solo entonces serás libre!...” (8).

Fue el trance de tus últimos segundos de acción lo que ahuyentó la deshonra, ubicando en alto el código del Bushido, la armonía entre la pluma y la espada, la reconciliación entre el arte y la acción y que comenzó tempranamente, impregnada de relatos marcados de crítica tácita y que ascendió a alturas inimaginables, donde la pluma ya perdía coherencia, volviéndose redundante, para así transformarse en la espada que rasgó tu vientre de izquierda a derecha, para morir en acción y con honor. “En alguna parte debe haber un principio superior que reconcilie el arte y la acción. Ese principio, se me ocurrió, era la muerte” (9). Y mientras dejabas atrás lo mundano y la belleza que te cautivó por tanto, marcabas en las piedras de los cimientos del mundo las iniciales de tu nombre, tu trascendencia codiciada, guiada desde tu infancia por el honor, la tradición, la belleza, un pasado glorioso y fetiche, por Natsu. “En la quietud, había una belleza sin palabras. No más cuerpo o espíritu, pluma o espada, masculino o femenino” (10).

Te enamoraste de tu mirada, de tu voz, de todo a lo que tocabas con tus manos, de todo lo que salía de tu mente. Quisiste alcanzar santidad fuera de todo orden religioso, brillo divino de un ideal tremendamente subjetivo, la gloria sin público ni butacas, el cielo propio “La vida humana es breve, pero yo querría vivir siempre” (11).

¡Has muerto! ¡Ya todos saben que has muerto! Mas solo caíste para terrenales. Sigues entre pasillos de un castillo luminoso, preparado sólo para aquellos que vuelan. Saludas con jactancia a los pueblos alicaídos, pues fuiste mucho más que todos ellos. “La inclinación hacia la muerte es frecuente en los seres dotados de avidez por la vida” (12). ¿Fue la paz tu pretensión póstuma, el último de tus sueños? “Luego vi un círculo gigante rodear la tierra, resolvía todas las polaridades, era más grande que la muerte, más fragante que cualquier perfume que haya aspirado. Este era el momento que había estado buscando” (13). Y es así como esbozaste el día de tu muerte, satisfaciendo tus complejos y ansias de alcanzar una a una las cimas que observaste desde los primeros instantes de tu vida y adolescencia como inalcanzables. Habiendo ya concretado el objetivo sólo quedaba el paso final de perpetuarse en la sangre, lanzando la flecha desbaratadora y tocando la última de las cúspides.

Tú, Mishima, el idóneo bisexual amante de la fuerza y el vigor del ejército imperial, amante de poetas malditos, de Baudelaire, de los samuráis. Sentimiento fetiche que recorrió cada célula de tu cuerpo, traducido en deseo carnal y la preponderancia de la belleza como talismán profano, herencia de tu abuela. Amante tímido y contemplativo de los capullos femeninos, la fragilidad que en aquello se circunscribía, carente de ese vigor y astucia propios de los cuentos de épocas doradas que oíste desde que fuiste arrebatado de los brazos de tu madre, y que Natsu inculcaba en tu blanca piel una y otra vez. Tu sangre no era samurai, pero el derramamiento de la última de tus gotas y el último de los suspiros bastaron para sanarte, para satisfacer tus debilidades, continuar tu tradición, oponerte al capital eclipsándolo con códigos espirituales y aleccionar a oriente sobre andróginas conductas condenadas. En el fin, tu tradición se opuso a tu tradición, separándote de lo que antes era tu cuerpo y tu sangre. “Disecarme a mí mismo con la doble resolución que habla Baudelaire - Ser tanto la víctima como el verdugo -” (14)

Yukio…Kochan: ¡Que la culpa no manche el paño de la responsabilidad arbitraria! Sólo has sido presa de una de las más remecidas alineaciones, o por lo menos de las que hemos podido presenciar. Hay un faro que ha guiado paso a paso lo que por momentos creíste tuyo, fuiste la marioneta tradicional de un espectáculo pavoroso, pero lleno de siluetas travestidas de una sabrosa dualidad. Es ella la que por mucho te ha encadenado a cuanto grillete has encontrado, es ella con sus palabras la que pudrió lentamente tus singularidades, es ella quien destruyó el lazo del pasado con tu presente, es ella, la matriarca, la directora de la obra en que tú fuiste el protagonista; es simplemente ella, Natsu, quien te asesinó.
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Notas.

(1) Mishima, Yukio, Confesiones de una Máscara, Pág. 18.

(2) Freud, Sigmund, La Psicología de las masas y el análisis del Yo, Pág. 40.

De acuerdo a Freud, en una etapa inicial, se demuestra claramente la identificación de Mishima con su abuela, como fijación al objeto sexual en primera instancia, traducido en el complejo de Edipo.

(3) Coll, Mario, Lectura sobre Mishima o el último samurai.

(4) Schopenhauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte, Pág. 75.

(5) Mishima, Yukio, Op. Cit., Pág 140.

Se refleja el contraste cultural existente y la invasión occidental a Oriente. La Segunda Guerra Mundial es un claro ejemplo para Mishima de esta evidente irrupción a Japón que finaliza con las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

(6) Yourcenar, Marguerite, Mishima o la visión al Vacío, Pág. 117.

Mishima expresa su profundo malestar por la creciente capitalización del Japón.

(7) Coll, Mario, Op. Cit.

(8) Yourcenar, Marguerite, Op. Cit., Pág. 41.

(9) Schrader, Paul, Mishima, una vida en cuatro capítulos.

(10) Schrader, Paul, Op. Cit.

(11) Yourcenar, Marguerite, Op. Cit., Pág. 133.

Yukio Mishima la mañana antes de cometer seppuku.

(12) Yourcenar, Marguerite, Op. Cit., Pág. 93.

(13) Schrader, Paul, Op. Cit.

(14) Kawabata, Yasunari, Yukio Mishima, Correspondencia (1945 – 1970), Pág. 76, (Esta carta, abierta por el Ejército de ocupación norteamericano, lleva el sello “verificado por la censura”).
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Bibliografía.

•Coll, Mario, Lectura de Mishima o el último samurai, www.nucep.com.

•Freud, Sigmund, La Psicología de las masas y el análisis del Yo, Editorial LibrosEnRed,
www.librosenred.com, 2005, 76 Pág.

•Kawabata, Yasunari y Yukio Mishima, Correspondencia (1945-1970), 4ª Edición, Barcelona, Emecé Cornucopia, 2004, 257 ps.

•Mishima, Yukio, Confesiones de una Máscara, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1985, 220 ps.

Mishima, una vida en cuatro capítulos, [video], Paul Schrader, A Zoetrope Studios, Filmlank International and Lucasfilm ltd. Production, 1º de enero de 1985, VHS, (1:55 minutos), (col).

•Schopenhauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte, Buenos Aires, Editorial Gradifco, 2005, 126 ps.

•Yourcenar, Marguerite, Mishima o la visión del vacío, Buenos Aires, Seix Barral, 2002, 141 ps.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano o encadenar un alma...uno aprende que el amor no significa recostarse, que una compañía no significa seguridad...uno empieza a aprender...qque los besos no son contratos, y los regalos no son promesas...uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos...
Empezamos a construir todo nuestro camino en el hoy porque el terreno del mañana es muy inseguro para planes, y los caminos tienen una forma de caerse a la mitad...Después de un tiempo uno aprende que sí es demasiado, y hasta el calorcito del sol quema...

Anónimo dijo...

Así que uno planta su propio jardín, y decora su propia alma, en lugar de esperar que alguien le traiga flores...
Y de pronto aprendemos que los años no significan nada, que títulos más o menos tampoco significan nada, tampoco las horas de perfeccionamiento..."no me servían para oír los gritos de las confesiones de una mácrcara"
Gracias...gracias....gracias